El consumo de bolsas de plástico para comercio se redujo un 50 % en los últimos cinco años, hasta posicionarse en las 145 por habitante en 2012, según informaba la agencia de noticias Europa Press el pasado mes de julio. Es decir, que el consumo de bolsas per cápita ha pasado de las 300 unidades al año que se registraba en 2007 a las 145 de 2012. Son cifras optimistas de cara al control y contención de un elemento cotidiano considerado altamente nocivo para la ecología y la sostenibilidad del planeta. Sin embargo, el porcentaje todavía se encuentra lejos de la reducción de un 80 % del consumo que se demanda desde la Unión Europea para los estados miembro, con un plazo máximo de finalización fijado en 2019. En cualquier caso, el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio se felicitó por el hecho de que España haya protagonizado uno de los avances más notables en la consecución de este objetivo, lo cual achaca a la incidencia del Plan Nacional Integrado de Residuos 2008-2015 (PNIR) diseñado por el Ejecutivo y que principalmente, centraba su campaña de concienciación para negocios, distribuidores y ciudadanos en la progresiva erradicación del consumo de bolsas para el comercio no reutilizables. En este sentido, el organismo ministerial adoptó medidas tales como el establecimiento de una cuota por cada bolsa demandada o el fomento de medios de transporte alternativos como las bolsas biodegradables o los carritos de la compra. La titular de la cartera de medio ambiente, Isabel García Tejerina, también quiso destacar las presiones ejercidas desde el ente público para la modificación de la Directiva de envases que registrará el empleo de bolsas de plástico de un solo uso.
Desde Bruselas se insiste que esta política ahorrativa no afecta en modo alguno a la industria comunitaria, dado que la mayor parte de estas bolsas ligeras son de factura china. En cualquier caso, las indicaciones establecidas por la Comisión Europea para la reducción del consumo de bolsas de plástico ceden las disposiciones al albur de cada estado miembro, como la celebrada decisión de Irlanda de gravar un 20 % la compra de bolsas de plástico merced al denominado impuesto PlaxTax, lo cual, indican desde el país insular, ha permitido disminuir el consumo un 90 %. No obstante, no todas las naciones implicadas se encuentran en la misma situación respecto de la problemática, puesto que las cien millones de bolsas de plástico lanzadas al mercado en el año 2010 no se reparten de manera equitativa entre unos y otros habitantes de la Unión Europea. La media, establecida en 198 bolsas al año, parece una cifra irreal si se toma como referencia los datos de Dinamarca o Finlandia, donde sus ciudadanos consumen un promedio anual de cuatro bolsas ligeras –con un peso inferior a 50 micras, objetivo prioritario en estas medidas de contención-. Un abismo de distancia si se compara con España, con 238 bolsas por habitante, y más aún con los colistas de la clasificación, Polonia, Portugal y Eslovaquia, que contrarrestan la mesura característica de las sociedades nórdicas alcanzando las 466 bolsas per cápita. A pesar de los esfuerzos que concentran las bolsas ligeras, las bolsas de plástico biodegradables también se hallan bajo el escrutinio de los organismos medioambientales de la Unión Europea, que señalan que un tratamiento indebido de las mismas provoca que sus efectos contaminantes sean idénticos a los de las bolsas ligeras. Una plaga que afecta de manera especial al ecosistema marino, cuyos seres se ven perjudicados por la ingesta directa de estos residuos y por la generación de partículas tóxicas microscópicas que resulta de la descomposición de sus elementos.
Y es que, en conjunto, la industria y la población mundial 1.300 millones toneladas de desperdicios sólidos al año, del cual el 10 % se trata de residuos plásticos que acaban en el océano en grandes cantidades. Entre sus efectos sobre el medio ambiente se cuenta la contaminación derivada de su coloración, para la cual se emplea una serie de productos químicos que pueden contaminar la atmósfera con su combustión y el suelo con su vertido. En sí mismas, los petropolímeros derivados del petróleo que generan las bolsas durante su degradación también son susceptibles de arraigar en el terreno y pasar a la cadena alimenticia, cosa que ocurre especialmente en el mar, donde se han identificado 177 especies de mamíferos -ballenas, delfines y focas-, reptiles –tortugas-, aves –gaviotas, pelícanos- y peces afectadas por la ingestión habitual de bolsas de plástico. Debido a este origen fabril en el petróleo, las bolsas de plástico suponen asimismo un elevado consumo de una materia prima no renovable, agresiva con la naturaleza y cada vez más escasa. En el proceso de fabricación tiene lugar además una importante emisión de dióxido de carbono a la atmósfera, responsable directo del efecto invernadero. En otro orden de cosas, el gasto de limpieza que implican los vertidos de bolsas de plástico requiere una gran inversión pública y privada.